Se terminan las clases... hay que elegir

 Empiezo abriendo el paraguas: me pidieron insistentemente que hablara de este tema y lo hago desde el profundo respeto que me merecen los docentes y el sistema educativo, desde que empezó hasta ahora. Sólo ellos saben lo que es encarar la titánica tarea de enseñar, educar y formar día a día, contra viento y marea a tantos y tantos niños producto de familias tan diversas. Así que hablo desde este lugar de respeto y de simple observadora de lo que pasa emocionalmente con los niños cuando atraviesan la etapa escolar.

Siempre digo que la escuela humanamente fortalecedora es aquella que recibe a un pequeño niñito más o menos asustado, trabaja con él unos cuantos años y lo devuelve a la sociedad seguro de sí mismo y de los recursos que ha incorporado, motivado para seguir aprendiendo y esforzarse, capaz de pensar por sí mismo y de ser creativo, dispuesto a mejorar el mundo en que vivimos. Todos sabemos que nuestras escuelas y colegios lo logran con algunos pero no con otros, que egresan convencidos de que no son buenos para estudiar ni para aprender ni para satisfacer las expectativas adultas, desmotivados y a veces hasta enojados con la vida. Seguro que estamos de acuerdo en que mucha energía debe ser puesta en conseguir que cada vez sean menos los que salen en ese estado, ¿verdad?

No quisiera estar en los zapatos de los docentes cuando tienen que elegir y seleccionar a una minoría como los “mejores”, como los privilegiados que están a la altura de portar los símbolos patrios. ¿Cómo saber si A se esforzó más que B? ¿Cómo medir cuánto mas solidario y buen compañero es C? ¿Tenemos idea de lo que es la vida de cada uno y las mil batallas personales y silenciosas que cada uno libra todos los días?

"Con el tiempo se han ideado cambios tendientes a flexibilizar los criterios basados solo en el rendimiento, dando participación a los niños en la elección. Ellos también ahora eligen a “los mejores”. Desde mi mirada, lejos de solucionar problemas, esto ha generado nuevos dolores. Muchos terminan pensando: “No sólo no me eligen las maestras, sino que ni mis compañeros lo hacen”, “Si no me votan, no me quieren”.


Elegir a los “mejores” (de lo que sea, rendimiento o compañerismo) significa poner en el podio a un puñado y dejar en el llano a la mayoría. Mal negocio. Lo que necesitamos es convencer a todos de que son valiosos y valorados. Y cuando digo todos, me refiero a todos, porque estoy absolutamente segura de que todos lo merecen. ¿Alguien se animaría a decir que un niño de 10, 11 o 12 años no es suficientemente valioso o que no merece la esperanza? Aunque no haya demostrado ser muy bueno en matemáticas, aunque haya sido inquieto y molesto, aunque por timidez nunca haya participado en clase: ¿merece terminar su escolaridad creyendo que ha fracasado? ¿o que vale menos?

Todos los que ya hemos vivido bastante sabemos que ser o no ser abanderado, no importa absolutamente nada en la vida de verdad. Todos hemos visto triunfar como adultos a malos alumnos en la época escolar y hemos visto quedar relegados en grises lugares a algún engominado orgulloso de sostener la bandera cuando niños. Otros, por cierto, eran cracs de chicos y lo siguieron siendo de grandes. Pero cuando uno está en primaria eso todavía no lo sabe y se cree que ser abanderado es como una especie de etiqueta que se asocia al éxito, a la inteligencia, a lo que debe ser. Y no lo es, porque seguimos premiando habilidades equivocadas. Seguimos sobrevalorando la obediencia y la fotocopia cognitiva: subrayar como le gusta a la maestra, ser prolijo, repetir lo que se dijo en clase o contestar lo que se espera que uno conteste.

¿Eso es lo que más queremos estimular en nuestros chiquilines? ¿Eso es lo que les va a permitir florecer en la vida? ¿No será mejor poner el acento en que se animen a explorar, a ser curiosos, a pensar, proponer ideas además de aprender lo que hay que aprender para avanzar?

“No hay avance posible si no valoramos la indisciplina intelectual. El mundo avanza no por los que repiten lo que ya se sabe sino por los que se atreven a pensar inteligentemente diferente, aunque sean desprolijos y desalineados.”


Y para frutilla de la torta…algunos padres que sienten que en esto de las banderas se juega un partido fundamental y lo cargan de un estrés increíble. El niño que se siente presionado, estresado, juzgado, que siente que si no logró un buen lugar cerca de la bandera defraudó a sus padres, abuelos y padrinos, está sufriendo hoy pero además puede quedar con cicatrices para mañana. Y el que es elegido, también sufre la presión y también puede quedar preso de un estereotipo que no lo deje ser él mismo.

No me gusta ningún ranking de personas, ni por belleza ni por inteligencia, ni por bondad. Estoy firmemente convencida que si no aceptamos que cada uno vale por sí mismo y que todos somos un ramillete variado de fortalezas y debilidades, seguiremos recortando alas y volando bajito.

Quiero que todos salgan convencidos de que son y serán buenas personas, que se les ha respetado su derecho a no saber, a equivocarse, a ser imperfectos y que se valora su capacidad de superación al ritmo que sea y su esencia única e irrepetible más allá de Sotes y “Te felicito”. Si no los convencemos cuando son chiquitos, ¿cuándo?

 

 

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Autor/Fuente: Natalia Trenchi. http://www.mujermujer.com.uy/columnas/6915_aban

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